Desde que somos pequeños se nos acostumbra a obedecer a figuras de autoridad. Por eso, en 1961, el psicólogo Stanlye Milgram realizó un experimento en la Universidad de Yale. El fin de la prueba era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aunque entrara en conflicto con su conciencia personal. Su idea era demostrar que la obediencia puede ser peligrosa y que una persona podría lastimar a otra únicamente porque alguien con mayor autoridad se lo pedía. En el experimento, las personas tenían que jugar el rol de profesor y administrar choques eléctricos a sus “alumnos” por cada mala respuesta.
Después de administrar los choques eléctricos, los profesores podían oír los gritos de dolor —fingidos— provenientes de los alumnos que estaban del otro lado de la habitación. A pesar de eso, muchas personas continuaron con el castigo, ya que el encargado del experimento se los pedía. Muchos estudios similares se han hecho desde entonces, y todos demuestran que la mayoría de la gente está dispuesta a hacer a un lado su moralidad, con tal de obedecer a alguna autoridad.